miércoles, 19 de febrero de 2014

Análisis de 'La tentación de San Antonio'

La tentación de San Antonio (1946)
Un tema como éste no podía dejar de fascinar a un artista visionario como Salvador Dalí, desde siempre frecuentador del mundo del sueño y la extravagancia. Entre sus más ilustres precedentes, como el Bosco y Jacques Callot, podían suponer un impedimento para la libertad inventiva del pintor; con todo, logró crear una imagen nueva y al mismo tiempo fiel a la tradición. Las visiones que el santo ermitaño, desnudo el primer plano, trata de alejar extendiendo ante sí, con el antiguo gesto del exorcismo, una rústica cruz, constituyen un auténtico icono daliniano.

Predomina en ellas la figura del elefante de Bernini, transfigurado por la fantasía de Dalí y provisto de larguísimas patas, de delgadez inverosímil, que en ocasiones porta sobre el lomo un obelisco, una arquitectura fantástica o una figura femenina desnuda en actitud lasciva. En el fondo, a la derecha, el más alejando de estos fantásticos seres carga en la grupa una altísima torre que se pierde más allá de las nubes, sobre las cuales se entrevén edificios, como en un espejismo.

En primer plano, un gigantesco caballo blanco encabritado sobre las patas traseras receurda, con la boca abierta mostrando toda la dentadura, los jumentos esqueléticos que aparecían en los primeros cuadros surrealistas del pintor.

El motivo de elefante aracnoide era especialmente querido para Dalí, quien lo utilizó en varias ocasiones; figura también en los decorados para la comedia de Shakespeare Como gustéis, puesta en escena en Roma por Lucchino Visconti en 1948.