jueves, 19 de diciembre de 2013

Análisis de 'El carnaval del arlequín'

El carnaval del arlequín fue pintado por Joan Miró en 1924-1925 y supone el inicio de su etapa plenamente surrealista. En él nos encontramos con un lenguaje poético de signos que sugieren ensoñación, ingenuidad, fantasía y ambigüedad. Sobre los dibujos preparatorios de esta pintura, el propio Miró dijo: «no es que pintara lo que veía en sueños, como decían entonces Breton y los suyos, sino que el hambre me provocaba una manera de tránsito parecido al que experimentaban los orientales».

El carnaval del arlequín (1924-5), Joan Miró
Aparecen representados una serie de elementos que se van a repetir posteriormente en otras obras, como las escaleras, que pueden servir tanto para reflejar la huida como la ascensión, o los insectos, el gato, la esfera oscura (el globo terráqueo), etc.

Entre sus formas mezcla miniaturas de objetos reales, como una guitara o un dado, con signos inventados; las notaciones musicales en un pentagrama corresponden al lenguaje de la guitarra junto a la que aparecen. Los objetos que se distribuyen por el espacio dan sensación de flotar al no estar colocados en una superficie; las figuras alargadas, gusanos y amebas resbalan y flotan en un espacio irreal entre objetos y animales; la habitación, sin embargo, presenta un suelo y una pared realizados con perfecta perspectiva. Una ventana abierta al exterior nos muestra un paisaje. Aparecen multitud de objetos, pero ya se empieza a sistematizar el lenguaje característico de Miró.

Las formas son el resultado de un proceso de transformación que las lleva a parecer abstractas, aunque el pintor siempre parte de figuras concretas de la naturaleza. Esos signos (la escalera, los pájaros, el sol, las estrellas...) se irán definiendo y simplificando a lo largo de su vida hasta convertirse en verdaderos ideogramas.

Todo esta lleno de vida en movimiento. La técnica es verdaderamente miniaturista y meticulosa y casa perfectamente con el ambiente festivo que debe acompañar al carnaval. Los colores que aparecen en esta obra son fundamentalmente primarios: azul, amarillo y rojo, además de blanco y negro. Precisamente son los colores los que nos mueven a través de las diferentes figuras del cuadro.